Comienza con el típico flashback precréditos en el que un niño muy malo obliga a otro, este inocentón y con un ojo tapado por una lentilla blanca, a subirse a lo alto de un árbol. El pobre desgraciado, como todos esperábamos, cae desde las alturas ante la indiferencia que muestra el primero.
Tras los títulos nos encontramos con varias parejas de amigos que se reúnen en un viejo caserón que uno de ellos ha adquirido. Como ha de ocurrir, uno a uno van siendo eliminados por un tipo alelado con una lentilla blanca en el ojo. ¡Vaya! ¡Ya sabemos a santo de qué venía la primera escena!
Posteriormente averiguamos que el asesino mata siguiendo las órdenes de otra persona, que por cada crimen cometido le regala dos cajitas de piezas de Lego con las que construir un absurdo castillo (?).
Por supuesto, la identidad de esta persona no es demasiado difícil de averiguar, pues... (spoiler) ¡sólo hay un individuo que se muestra apurado en todo momento por problemas monetarios!
En verdad soporífera, el realizador malgasta dos minutos de metraje en el lento caminar (cojea a causa de la caída de la primera escena) del asesino hasta llegar a su casa. Los personajes están todos desdibujados y huecos. Bastante poco nos importa lo que les ocurra, pues no se crea empatía alguna con el espectador.
El reparto, encabezado por el horroroso Gaetano Russo, también coguionista, resulta discretísimo, y solo el veterano Franco Diogene parece algo preocupado por dar un poco de entidad a su personaje.
Todos los fotogramas rezuman una gran vulgaridad, y ni siquiera el goremaníaco verá cumplidas sus expectativas, pues casi todos los asesinatos son cometidos fuera de la pantalla y apenas hay alguna escena reseñable en ese aspecto, como no sea aquella en la que Domitilla Cavazza le clava una flecha en el ojo malo del asesino; secuencia, por otra parte, bastante mal construída.
El abrupto y absurdo final acaba de coronar este desaguisado, en el que lo único destacable es la fotografía nocturna de Angelo Bevilacqua.
Primera de las dos películas de terror dirigidas por el siempre mediocre Gianni Martucci. La segunda sería la también espantosa "I frati rossi" (1988), con la que finalizaría su carrera.
Alessandro Capone ("Streghe") aparece como coguionista y ayudante de dirección.
Hay quien dice de esto que es un giallo, pero yo no lo llamaría nunca así. La historia es lineal e idiota, y no tiene los meandros argumentales típicos del género.
Calificación (de 0 a 5): 0.
Tras los títulos nos encontramos con varias parejas de amigos que se reúnen en un viejo caserón que uno de ellos ha adquirido. Como ha de ocurrir, uno a uno van siendo eliminados por un tipo alelado con una lentilla blanca en el ojo. ¡Vaya! ¡Ya sabemos a santo de qué venía la primera escena!
Posteriormente averiguamos que el asesino mata siguiendo las órdenes de otra persona, que por cada crimen cometido le regala dos cajitas de piezas de Lego con las que construir un absurdo castillo (?).
Por supuesto, la identidad de esta persona no es demasiado difícil de averiguar, pues... (spoiler) ¡sólo hay un individuo que se muestra apurado en todo momento por problemas monetarios!
En verdad soporífera, el realizador malgasta dos minutos de metraje en el lento caminar (cojea a causa de la caída de la primera escena) del asesino hasta llegar a su casa. Los personajes están todos desdibujados y huecos. Bastante poco nos importa lo que les ocurra, pues no se crea empatía alguna con el espectador.
El reparto, encabezado por el horroroso Gaetano Russo, también coguionista, resulta discretísimo, y solo el veterano Franco Diogene parece algo preocupado por dar un poco de entidad a su personaje.
Todos los fotogramas rezuman una gran vulgaridad, y ni siquiera el goremaníaco verá cumplidas sus expectativas, pues casi todos los asesinatos son cometidos fuera de la pantalla y apenas hay alguna escena reseñable en ese aspecto, como no sea aquella en la que Domitilla Cavazza le clava una flecha en el ojo malo del asesino; secuencia, por otra parte, bastante mal construída.
El abrupto y absurdo final acaba de coronar este desaguisado, en el que lo único destacable es la fotografía nocturna de Angelo Bevilacqua.
Primera de las dos películas de terror dirigidas por el siempre mediocre Gianni Martucci. La segunda sería la también espantosa "I frati rossi" (1988), con la que finalizaría su carrera.
Alessandro Capone ("Streghe") aparece como coguionista y ayudante de dirección.
Hay quien dice de esto que es un giallo, pero yo no lo llamaría nunca así. La historia es lineal e idiota, y no tiene los meandros argumentales típicos del género.
Calificación (de 0 a 5): 0.
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